LA ADULTERACIÓN DE TESTIMONIOS

 

GAJES Y OFICIO DE LA INVESTIGACIÓN Y DIVULGACIÓN DEL GRAFFITI



La adulteración de testimonios

Fernando Figueroa


Cuando un investigador afronta la obtención de informaciones válidas de tipo oral debe estar atento a la adulteración de los testimonios. Hablamos no solo de las falsedades conscientes que se deslizan durante el fragor de una entrevista, al margen de los despistes o distorsiones involuntarias propias de los fallos de la memoria de un grafitero o un testigo, sino también de esas que deslizan informantes poco fiables o, incluso, impostores o mitómanos que aprovechan el manto de oscuridad del paso del tiempo, la marginalidad o la clandestinidad para el provecho de su ego.

El informante poco fiable es tan fácil de reconocer como un investigador poco fiable: su discurso tiene respuesta para todo o una sola respuesta para cuestiones complejas, o su testimonio se restringe a lo que le resulta cómodo y controlable, por ejemplo. Bueno, igual no es tan fácil de reconocer cuando no se sabe mucho del tema el grafiti, no la mentira y, quizás, sea más fácil reparar en otros detalles, tales como la actitud defensiva, el talante comedido, el nerviosismo reflejado en la verborrea, la parquedad, tics , la absorción rápida de los aportes del entrevistador para su provecho, las puertas cerradas a cal y canto, etc. En fin, se procede a un manejo de la información medido e interesado que no se corresponde con una personalidad reservada.

Pero ¿por qué se miente? No pensemos al responder a esta cuestión en términos netamente materiales, sino en primer lugar de reconocimiento y posicionamiento social. El perfil tipo de un informante deshonesto es el de alguien que quiere solventar mediante el falso testimonio lo que no hizo en su carrera, que quiere conseguir la admiración mediante la fabulación mejorando lo que fue. Veamos ejemplos habituales:

El lindero. Alguien que quiso haber empezado antes de cuando empezó. No es raro toparse con gente que juega con las cifras a conciencia o con los requisitos para considerarse un escritor de graffiti. Tanto que puede llevarlo incluso al primer día que hizo una raya en una pared con un dedo manchado en papilla. Lo que sea bajo el escudo de la imposibilidad de confirmación. Recuerdo, durante una entrevista, a uno que se puso a contestar las preguntas de otro informante, no le dejaba ni respirar, entraba al quite nada más formulaba la pregunta no fuese que lo que dijese destapase..., chocase con el relato temporal que había hecho de su propia carrera como supuesto grafitero de la vieja escuela. Eso ratificó más aún el perfil manipulador del personaje.

El precoz. Alguien que hubiera querido hacer más de lo que hizo, y rellena su vida con inventos o méritos ajenos. Podríamos entenderlo dentro del fanfarroneo típico de quienes tienen poco que contar o poco fondo, y no aceptan su estatus real por muy decentillo que sea. Por lo común, suelen ser viejas glorillas, reenganchados o segundones con complejos. Es típico que se apoye en méritos como haber sido el primero en algo (el mérito más cuestionable de la historia)
, o cuentan haber empezado en otro lugar o en el extranjero donde nadie los recuerda, se ubican en las tinieblas por miedo a que un colega los contradiga, etc. No hay muletilla en su boca más malsonante que ese «desde el minuto uno» exhibido como mérito supremo de su carrera, y que ningún pionero emplearía por cantosa redundancia.

El cebao. Alguien que hubiese querido ser algo que no fue, en tema de notoriedad. Se parece mucho al «en su cabeza sonaba espectacular» o, como dijo un célebre escritor de un escritor, «te crees tus propias mentiras». No suele ser raro que te venga gente, bajo el palio del namberguán, pidiendo explicaciones por no figurar citado y de forma destacada
 en tus textos cuando nadie, incluso sus supuestos compañeros o amigos, lo han destacado o siquiera citado en sus entrevistas o mostrado en sus fotos. En cierto sentido, estos individuos creen encontrar en el hecho de figurar realizado en un libro una segunda oportunidad de conseguir lo que se les escapó en la realidad.

El cocinitasHay que estar muy en guardia con los escritores de graffiti poco escrupulosos que se meten a cronistas con el fin de usar la literatura para resituarse en la historia y, de paso, hacerlo con la complicidad de otros beneficiados. La maniobra es muy patente y escandalosa cuando hablan de sí mismos, incluso no advirtiendo al lector que autor y personaje comparten la misma identidad. El entrenamiento de la mentira se asocia, por lo común, con la economía de favores y entronca con el amiguismo. Detectar esas redes ayuda a advertir zonas de incertidumbre que exigen una ocupación más atenta para desmantelar coartadas o tinglados.


Entrenamiento para mentir

Por desgracia, el avance de la historiografía facilita indirectamente la adulteración de los testimonios. La ventaja con que se contaba al inicio de la investigación del graffiti es que, aunque era difícil localizar a informantes, estos eran destacados y de buena calidad. Por supuesto, al superar esa primera capa podían aparecer los dudosos, entre embusteros e impostores, pero sus testimonios eran muy frescos y, con el tiempo, más experiencia y testimonios, podían verse costuras y fallas con nitidez.

Al final, el investigador debe detectar las incoherencias internas del testimonio, cotejar los testimonios a la búsqueda de disonancias, repreguntar para profundizar o entrar en detalles no solo a la búsqueda de respuestas, sino de reacciones, etc. Del mismo modo, es adecuado preparar preguntas trampa y deslizarlas durante la conversación para verificar la honestidad del testimonio o preguntas de refresco para corregir distorsiones inconscientes del relato.

Entendamos que, cuanto más aumenta el conocimiento, más complicado es mentir. Esto es, los informantes se cortan de mentir o hablar de más, pero también el avance de la circulación de datos, ya sea por el surgimiento de foros de graffiti, el encuentro o reencuentro de escritores o la creciente difusión de publicaciones, ha hecho que haya que aumentar las precauciones. Los mismos materiales que ayudan a reflotar los recuerdos difuminados han servido a los embusteros para mejorar sus mentiras con el relleno de lagunas o el aderezo de detalles.

Por eso, es siempre conveniente al entrevistar a un informante hablar lo menos o lo justo, no contar nada de lo que hayan contado otros salvo cuando sea estrictamente necesario, mostrar alguna torpeza en los comentarios en busca de enmienda o desarrollo por parte del informante, ponerse en modo escéptico para que se esfuerce o crédulo para que se confíe y desvaríe, etc. Es muy adecuado y hasta divertido consultar entrevistas antiguas y compararlas con más recientes para ver cómo se ha ido puliendo el personaje y musculando su embustería, o atrincherándose en una zona de confort con el hilo musical del «esto fue lo que viví yo» o «así es cómo lo viví yo».

Aunque no me ha pasado nunca ni conozco casos, también hay que estar prevenido de que un escritor fingido no sea algún representante de la ley que quiere sonsacarte información, que de todo hay. Lo más común es que haga pasar por estudiante interesado por el tema, pero esa es otra historia.





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