SER INVESTIGADOR Y GRAFITERO

GAJES Y OFICIO DE LA INVESTIGACIÓN Y DIVULGACIÓN DEL GRAFFITI (3)

Plantilla aurelada de F. Figueroa con intervenciones ajenas, Malasaña, Madrid, otoño 1997.


Ser investigador y grafitero

Fernando Figueroa


Ciertamente y en principio, al margen de sus cualidades particulares como investigador y mentales como individuo, es innegable que un investigador grafitero parte de una posición de ventaja por su pasión y ubicación. Bueno, si obviamos las diferencias de clase; que el dinero hace mucho para prosperar en lo que sea. A nivel municipal no se nota tanto en el bolsillo, pero ya, si te mueves a nivel nacional o internacional, está claro que es imperativo no andarse con estrecheces para poder r de aquí para acá por mucha fraternidad que haya. Obviando sin olvidar estas minucias, sí parece que sea ventajoso estar dentro frente a los foráneos que tienen que ingeniárselas para contactar con grafiteros, grafiteros que sirvan para lo que necesitan.

Pero ¿en qué se traduce esa ventaja: ubicación y pasión? Por ejemplo, el grafitero investigador o investigador grafitero puede tener más fácil algunas tareas propias del proceso de documentación y aminorar la frustración. En este sentido, lo más valioso de esa condición es la accesibilidad (a la cultura material y a la esfera humana del grafiti) o la aparente facilidad para recopilar testimonios, para negociar la cesión de materiales o para expandir su red de informantes. Tiene ya ganado un buen trecho que tampoco creamos que sería insalvable para un foráneo, más ahora que está todo mucho más comunicado. Recordemos a los grandes nombres de la investigación de los años setenta y ochenta para darnos cuenta de ello.

Por supuesto, el acento está puesto en la toma de contacto con el escenario o tener contactos entre los actores. Esa conexión o feliz conexión en la vertiente humana depende, ante todo, de la creación de un clima de confianza y una sintonía pasional. No es sencillo y prueba de ello es que esa confianza, advierto, tampoco todos los grafiteros la tienen asegurada con sus compañeros, al margen de sus habilidades sociales y técnicas como indagadores de la realidad. Esto a lo que respecta al alcance de las fuentes, pero es solo el juego preliminar de la investigación.

Esto nos avisa de que la condición de grafitero afecta a las circunstancias y no a las facultades. Una cosa son las cualidades de un grafitero y otras las de un investigador, y conviene no confundirlas, aunque no sean excluyentes. Por supuesto, hay grafiteros con capacidades o cualificación para investigar notables y sobresalientes, pero eso no representa que siempre, a la fuerza un buen grafitero o por compensación un mal grafitero, ambos tipos puedan ser, por defecto, por el hecho de estar ahí y amar el objeto de estudio, buenos investigadores. No son aspectos correlativos, incluso cuando las facetas grafitera e investigadora coincidan en una misma persona.

He conocido grafiteros en un marco circunstancial óptimo para hacer interesantes trabajos y no han hecho más que investigaciones flojas, para cubrir el expediente, o ejercicios de autobombo o impulsados por el favoritismo. Son investigadores mediocres, aunque pudieran ser un filón como informantes y tenga su utilidad analizar sus aportes por lo que son. O sea, en su entorno próximo, grafitero, sus aportes pueden parecer la hostia, pero en el rango académico son unos toys. Es como esos eruditos de pueblo que al final se convierten en recopiladores de anécdotas, legendas y loas y fabricantes de entretenimiento basado en hechos reales, o eso dicen.

Además, ¿qué es más: un investigador externo que lleva años estudiando el grafiti con rigor y acceso a decenas de informantes de primera división o un grafitero investigador que fue grafitero durante un par de años en su barrio, cuando iba al instituto, y ha elegido el tema para hacer un TFG de esos de corta y pega? Reflexionemos con este ejemplo extremo, podremos llegar a conclusiones tan buenas como que combinar el cuidado, la pasión, la constancia y la autocrítica en una tarea, cualquiera que sea, es el mejor aval para reconocer a un buen trabajador.

La calidad de una investigación se concreta conforme al diálogo que se establece entre las capacidades y el marco de posibilidades que condiciona el rendimiento de las facultades profesionales de una persona como indagadora de la realidad aparente. La práctica del grafiti no es imprescindible. Cierto que es un medio de conocimiento más con el que se puede contar, pero será válido en la medida en que se sea consciente también de las complejidades y los conflictos para conocer que también comporta esa inmersión. Pensemos que, aunque sea una vía para conocer desde lo particular una generalidad, también la práctica puede representar un obstáculo para comprender una totalidad desde la parcialidad (y no me refiero con esto a la toma de partido que implica una vinculación colectiva, sino al sesgo de una vivencia particular, más o menos intensa o con pretensión de intensidad). 

Obviamente, también cabe la posibilidad de que alguien emprenda el estudio de algo como pretexto para practicarlo. Es algo muy común cuando se frecuentan esferas culturalmente fronterizas que puedan despertar fascinación. Digamos que cierto investigador puede haber considerado, consciente o inconscientemente, la investigación como una excusa o una oportunidad para explorar una nueva faceta personal, en este caso, la de grafitero. Este investigador externo que ingresa en el graffiti corre el riesgo de anteponer su deseo de ser un participante eficaz (conocer para introducirse y construir un estatus en el objeto estudiado) al deseo de investigar con eficiencia (conocer para comprender, divulgar o sacar enseñanza de un campo de estudio). En fin, debe velar por un equilibrio o elegir uno de los dos caminos.

También, puede dejar que el «esto es lo que yo creo que es» del inmerso nuble su percepción y análisis de la realidad coconstruida de un fenómeno colectivo y plural. O sea, que le haga olvidar el «esto implica un conjunto de hechos y de relaciones, de realidades y creencias, etc.» y que se recree en ahondar en los particularismos desde la creencia pureta o integrista de que representan la generalidad o la universalidad del grafiti: como yo soy grafitero y esto lo veo así, todos los grafiteros tienen que estar viéndolo también de la misma manera y, si no es así, no son grafiteros o no hacen grafiti, son otra cosa, hacen otra cosa. Reduccionismo mental tapa negra.

En todo caso y graben esto en su mente, no debe confundirse la investigación participante con la participación en la subcultura. No es lo mismo, señoras y señores. Precisamente porque lo segundo presupone la pérdida de perspectiva. O sea, el investigador interno o internado puede cohibirse o autocensurarse en el desarrollo de su investigación o el enunciado de sus conclusiones. Ha de ser más fuerte y bravo que el investigador foráneo en su labor investigadora y tener claro que, cuando le toque ser investigador, ha de mantenerse en los límites del rol de investigador, estudie una escena a la que esté ligado o no. Y este objetivo supone despojarse de intereses personales o ajenos que conciernan al estatus subcultural y anteponer la misión de realizar una descripción y un análisis científico lo más verídicos y precisos posible, caiga quien caiga, al margen de que, bajo su criterio y por derecho, elija omitir contar ciertas informaciones sin dejar de considerarlas o no se ocupe de ciertos temas por respeto intragrafitero o interés personal.


PARTICIPAR CON SENTIDO DE LA MEDIDA

Asumamos que para conocer hay que participar introduciéndose en una práctica o en una comunidad, aunque la observación externa ya pueda ser por sí misma una participación y una participación válida y respetuosa. Aquí hay dos niveles: bien, se puede grafitear por libre, puntual o sostenidamente, o hacerlo en conexión con otros participantes en los márgenes de lo marginal; o bien, se puede ingresar en la comunidad de participantes de modo activo y hasta intenso.

La primera mecánica, a mi juicio, es muy adecuada. Refleja el interés por comprender el ejercicio, el entorno y husmear sobre el terreno sin interferir en el objeto de estudio en demasía, solo lo pertinente. Pero claro, lo justo puede resultar, en algún caso, escaso. Pese a ello, también permite no perder los papeles: se entra en escena con el rol claro y manifiesto de investigador. Siempre con discreción, sin alaracas. ¿Por qué discreto? A lo mejor por las polillas y los escorpiones (bueno, en esto ahondaremos en otro consejo). Lo cierto es que ese tipo de aproximación (intrusiva) puede granjear simpatías y amistades como también suspicacias y hostilidades, y riesgos con la autoridad. También pasa sin intrusión, seamos sinceros, pero con la intrusión puede haber más serias complicaciones, precisamente, por formar parte activa. Esas complicaciones conviene sopesarlas con las ventajas para ver si merece la pena operar de esa forma. Lo suyo, en todo caso, es moverse en la periferia de la marginalidad y de manera puntual, pagando estrictamente los peajes justos por la experiencia. A menos que te vaya la marcha.

La segunda mecánica comporta conectar y convivir con el marco humano que se reúne en torno a la práctica para formar parte del mundo del graffiti, aunque sea temporalmente, con el objetivo de profundizar lo más posible en la forma de vida y las costumbres de la comunidad. Esta intrusión parece un modo infalible de ir más allá de esas detestables «observaciones turísticas envueltas en una nube de argot académico» (Greenwood 2000: 29) que se prodigan entre los investigadores ocasionales o picatemas; ciertas disciplinas obligan prácticamente a dar ese paso. Sin embargo, esta convivencia y su familiaridad no presupone nunca que todo está hecho o que una observación desde un posicionamiento externo contraiga una visión vaga, superficial o pobre para un observador preparado, entrenado y que cuente con testimonios internos fiables que le ayuden a no desbarrar. Ingresar en la subcultura no es un factor determinante para realizar un buen trabajo ni tampoco previene de manipulaciones y puñaladas traperas o de verse enredado en la economía de favores. Volvemos a la cuestión de la preparación, la actitud y el sentido de la orientación, esto es, saber cuál es tu sitio cuando estás en tal o cual quehacer y no dejarte utilizar.


DESVENTAJAS DE SER INVESTIGADOR Y GRAFITERO

Podemos estar de acuerdo en que es más lógico o común que un investigador participe en el graffiti como investigador que no que un investigador pertenezca al graffiti como investigador. No obstante, lo cierto es que existe y se va fijando ese rol dentro de la subcultura a causa del desarrollo del movimiento y la maduración generacional, el gusto de algunos protagonistas por ocuparse de la memoria histórica común y la exigencia adulta de que la actividad cuente con un respaldo intelectual. Ese personaje (el investigador interno, grafitero o exgrafitero), habitualmente estudios medios o superiores, se va asentando, aunque, por sus circunstancias, lo haga ajustado a un patrón de reconocimiento que permita a la subcultura reconocerlo como un pilar más del edificio, como uno de los suyos o, mejor dicho, como «su investigador».

Este condicionante aumenta la presión de la exigencia de confianza y discreción sobre el sujeto al bajar los informantes las defensas habituales que manejan con los investigadores externos, pero también para que acepte la conveniencia como una normalidad. Esto es, al margen de la interferencia de egoísmos propios, implica que el sujeto respete una regla básica: «no decir nada que nos perjudique, no decir nada que no nos beneficie». Suficiente para que el imperativo influya en la aparición de fallas epistemológicas, metodológicas o deontológicas por el simple motivo de primar la reafirmación de su identidad como miembro de la comunidad de grafiteros o de proteger el querido aprecio subcultural de su persona desde el «soy tu investigador de confianza». Por supuesto, si dejamos que entren en juego también los egoísmos personales o que la producción de archivos se rija por la red de favores, apaga y vámonos. Se abre la posibilidad de mantener un discurso tendencioso, un retrato distorsionado o desgajado, a causa de la manipulación consciente de la crónica y del respaldo de la ignorancia cronificada del auditorio grafitero.

Claro que la gestación de versiones tópicas, ligeras, consensuadas o con datos sin verificar, de versiones entregadas a la novelización o mitificación subculturalista o versiones cocinadas y recalentadas no presuponen una malicia. La conveniencia puede generar sus propios argumentos de legitimación. Lo primero podría explicarse por el deseo de no generar disgustos, fracturas u obtener el beneplácito general o de algún sector; lo segundo se haría para profesar afiliación y militancia en un rango popular, y lo tercero se podría hacer para contentar al auditorio principal, a la red de prójimos o a sí mismo, por ejemplo. Justificación que no puede ocultar que, más allá de la deficiencia o la superficialidad en la elaboración de materiales documentales, late una actitud negacionista del valor de la historia como disciplina y, en consecuencia, una falta de interés por buscar la verdad. 

No digo que sea siempre así (los mejores textos hechos por este perfil de autores no son así), sino que existe ese riesgo: el riesgo de recrearse en la ficción o de negociar con la mentira. Un riesgo que también procede de la presión de los colaboradores o afectados que asumen la historización como una plataforma de promoción y prestigio, de posicionamiento subcultural o, incluso, de psicoterapia, ajuste de cuentas o última oportunidad para maquillar lo que no fue o no fue como uno quería que hubiese sido. Estamos en un verdadero campo de minas donde se pone en juego la defensa de la pretensión de veracidad y, en consecuencia, la utilidad científica de un relato inexacto, aunque lo detectado como inexacto o como procesado tenga sus utilidades para el investigador para conocer a fondo de qué va todo esto.


PERTENECER PARA DESMERECER

No es habitual que un grafitero investigador o un investigador grafitero reafirme su pertenencia a la subcultura con objeto de desmerecer a otros investigadores no grafiteros. Pero a veces se hace. ¿Por qué? Cierto que es una insolencia que raya el juego sucio si las aportaciones no brillan por sí mismas, pues en la investigación prima la entidad como investigador y pesa el compromiso con el conocimiento compartido, con independencia de las circunstancias. Los investigadores, tengan el origen que tengan y tengan la condición que tengan, deben ser colegas, malos o buenos colegas pero colegas.

Puede parecer lógico que se llegue a ese desprecio cuando quien incurre en ello prioriza su faceta subcultural (no necesariamente grafitera) y mantiene un perfil académico bajo, ya sea porque no encaja en ese entorno, no se destaca en él o solo está ahí por las habichuelas. Sin embargo, en los pocos casos que he visto, da la impresión de que esa conducta de desmerecer a los investigadores externos desde la premisa de su ignorancia de las entrañas desvela alguna clase de complejo o disimulo. Suele emplearse como compensación de las carencias formativas o teóricas mediante el resalte y el cultivo de la pertenencia a lo estudiado. Y se dirige tanto al entorno académico, a la que le sudan tales falacias, o al entorno subcultural, al que le pueden entusiasmar tal afirmación dentro del discurso «nosotros y ellos».

Sin embargo, si estás críticas puretas no se corresponden con una marcha de la institución, podemos dar por sentado que no hay un rechazo real, sino que hay un reconocimiento del valor de lo académico o una necesidad de sacar rédito de la permanencia en el ámbito académico. Un rédito que podría ser el de construirse un caparazón que disimule, cara a la subcultura o al público general, la impostura académica bajo un manto de incomprensión o, cara al mundo académico, formalizar el compromiso de reforma con un aura de autenticidad. Vamos, un subterfugio para acomodarse y no ponerse las pilas en lo académico, en el primer caso, y una estrategia teatralizada de confrontación, en el segundo caso. En todo caso, instrumentalizar la carrera académica para construirse un estatus en la subcultura puede ser honesto siempre y cuando no se entre en el juego sucio o se retoce en el postureo más cantoso. O sea, que o te tomas en serio la acción académica o se te ve el plumero. Ojo, eso también va por los investigadores foráneos chusqueros, que se limitan a calentar la poltrona eligiendo temas novedosos, de moda o sencillotes.

En definitiva, integrar la investigación o la divulgación dentro de la economía de prestigio subcultural incrementa las posibilidades de incurrir con sutileza o descaro en subjetivismo, parcialidad, sesgo de confirmación, sobredimensión, lagunas interesadas, silencios forzados o absurdos, revisionismo de conveniencia, amiguismo, endogamia, mitificación, sensacionalismo, autobombo, etc. Nada que no pueda darse en la obra de un investigador no grafitero, pero sí con una mayor sospecha de que se produce a conciencia o con total despreocupación. La literatura de consumo o basura (también científica) no es mala mientras no se venda como la crème de la crème por tener un excelente envasado y márquetin, pero su predominio y, sobre todo, su endiosamiento como modelo normaliza la realización de trabajos superficiales, de baja calidad, corto recorrido o comerciales (consumo-colección-inversión) o recalca el talante anecdótico de los trabajos rigurosos o con una mayor profundidad de campo, hechos más para ser adorados que para ser consultados, entendidos y emulados. Como si tuviera que ser por siempre una característica de la subcultura no trascender hacia un entorno maduro.

Por fortuna, todo tiene solución con fuerza de voluntad y deseo de superarse para mejor. Hay investigadores internos e investigadores externos que apuestan por madurar los frutos, por hablar de adulto a adulto, con rigor y calidad y por trabajar hombro con hombro en documentar el grafiti cada cual desde su trinchera. Y han ido aumentando notablemente en este siglo los grafiteros o exgrafiteros investigadores serios y cualificados, para marcar la diferencia y la senda a seguir. Visto lo visto, se podría afirmar que su labor ha tenido más mérito que la de los externos. Los de fuera no habremos tenido tanta ventaja, pero hemos tenido, en teoría, menos presiones o menos obligación de agradar a los protagonistas que ellos.


El tema, como se ve, da para mucho, pero por ahora, reposo. Dejaremos para otro momento plantear cuáles son las ventajas y desventajas, grandezas y miserias, de ser un investigador no grafitero. (¡Huy!, suena autobiográfico). Por ahora ya he dado bastante la chapa, aunque, si te ves con fuerzas, pincha AQUÍ.


Citas

Davydd J. Greenwood: «De la observación a la investigación-acción participativa: una visión crítica de las prácticas antropológicas». Revista de Antropología Social, UCM, 2000.






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