SER INVESTIGADOR NO GRAFITERO

 

GAJES Y OFICIO DE LA INVESTIGACIÓN Y DIVULGACIÓN DEL GRAFFITI (4)

Pieza con ZSL, Santa Eugenia, Madrid, febrero 1997.


Ser investigador no grafitero

Fernando Figueroa


Hay dos clases de investigadores no grafiteros: los que no han grafiteado nunca y los que han grafiteado antes o durante su investigación. No es contradictorio que un investigador grafitee mientras estudia el grafiti si entendemos que ocasionalmente se puede estimar adecuado hacerlo con fines de conocimiento o, ya puestos, para experimentar, pasárselo bien o por lo que sea, sin que se haya decidido a tomar una senda perseverante o lo suficientemente intensa como para decirse grafitero con todas las letras. 

Por cierto, aprovecho para aclarar que el investigador de grafiti al que hago referencia es aquel que estudia en profundidad el grafiti como objeto o a sus agentes, su medio, los actores y factores que concurren en ese medio, etc. a partir de fuentes primarias y secundarias, incluido el trabajo de campo. No aquella persona que hace un trabajo consultando investigaciones de terceros para extraer sus materiales y elaborar un texto de refrito o un reportaje periodístico o fotográfico. Quehaceres más bien ligados con el aprendizaje, la organización y la accesibilidad del conocimiento o a la divulgación popular. Ya de los plagiadores ni hablemos, menos aún si fingen haber hecho un trabajo de campo.

Por esa razón, personalmente me considero un investigador no grafitero o cuya curiosidad frente al tema es más de un hombre de ciencia que de un amante de la creatividad extrema o de las emociones fuertes. Un currante del conocimiento que tan pronto te hace un trabajo de campo como te hace un trabajo de archivo y gabinete, pero que no ha estado estudiando el grafiti, precisamente, para ingresar en él activamente y hacerse un nombre como grafitero.

Dicho esto...


PARTICIPAR SIN PERTENECER

Da igual de qué tema se trate, cuando se trata de hablar de algún oficio o colectivo surge con facilidad la estúpida polémica de que, para hablar de algo, hay que formar parte de ese algo. No basta con interesarse por ello y estudiarlo con atención. Ahora, dejarse llevar por esa falacia conlleva confundir participar con pertenecer y eso es inexacto, no es lo mismo. Participar, activa o pasivamente, ha de entenderse como una actividad libre y la pertenencia niega la libertad desde el momento en que merma o condiciona la voluntad bajo el imperativo de cultivar reafirmaciones de afiliación o cumplir compromisos identitarios. No es que no se sea libre, hay una libertad de elección detrás y la posibilidad de dejarlo, pero conlleva una serie de peajes que, para quien no tiene interés en construirse un estatus subcultural, representan cargas innecesarias y hasta perjudiciales para sus propósitos.

Hay otras formas de obtener confianza y respeto sin dejar de ser investigador externo e independiente. El respeto mutuo investigador-grafitero cuaja aquí a partir de la clarificación de posiciones y objetivos, una convergencia de intereses y un feliz intercambio que evite los malentendidos. Todo esto se puede trabajar a través del dejarse ver, de mediaciones, recomendaciones, encuentros, proyectos compartidos y una labor seria y formal, hasta dilatada en el tiempo, reflejada curricularmente por medio de la producción cultural. Una vez se superan las dudas, los recelos o los prejuicios de la suspicacia subcultural, el camino de desarrollo de la investigación es menos lioso, aunque no deje de ser complicado. 

Incluso, se observará que, para ciertas cosas, como la recopilación de materiales gráficos o el sinceramiento en una entrevista, a veces ser foráneo es ventajoso, eso sí, un foráneo que dé garantías de profesionalidad y discreción. Ahí hay que andarse fino para no meter la pata y no caer en favoritismos por gratitud ni mostrar cometer indiscreciones por afinidad. Hay que mantener una neutralidad y una cautela exquisitas, aunque se haga amistad con algunos grafiteros. El investigador externo, si cumple con la imagen que se espera de él como visita o invitado, lo tendrá más fácil que un grafitero recién llegado, malavenido, con escaso prestigio o poco de fiar porque va a lo suyo. 

A colación de esto, hay que advertir también que la concentración de las relaciones con informantes en un grupo concreto abre puertas como las cierra por el tema de las rivalidades o piques internos. El «¿qué le estarán contando estos» o «¿por qué está con ellos y no conmigo» puede ser el generador de desaires o puñaladas que no ve venir el investigador, del mismo modo que puede recibir ofertas de colaboración, hasta de última hora, por alguna clase de afinidad o interés que se le escape, pero que conciernen a la red interna de afectos y desafectos del mundo del grafiti.

Por supuesto, hay que trabajar positivamente con los afectos, eso es bueno, pero es dificultoso con la inmersión. No se puede irrumpir en un mundo tan emocional apareciendo como un robot que recoge pruebas y datos sin tomarse aunque sea un cafelito ni tampoco liarse la manta a la cabeza e involucrarse a saco en el festival de cotilleos y desavenencias de la escena de turno. Con esto no se niega la posibilidad de grafitear como un medio de comunión. Sigue siendo una medio válido para sentirse y conocerse. ¡Cuántas veces se ha visto a un Chalfant, una Cooper o un Castleman con un bote en la mano! Queda guay, resulta gracioso, demuestra respeto, hace verlos como aliados. En parte, porque no se espera que el investigador pretenda competir como grafitero o les vaya a buscar problemas legales. Así de simple. Si se plantea lo contrario: «hey, tíos, voy a quemar el barrio», podrían llover críticas o padecer la presión de cruzar totalmente al otro lado, el investigador metido a grafitero podría aparecer ante alguno como un soplagaitas, un intrusista o un ventajista.

Más allá de las relaciones sociales, el prestigio del investigador externo está fundamentalmente en su producción y trayectoria profesional. Aunque, ¡ojo!, el prestigio académico no es el prestigio subcultural y, por eso, los grafiteros no lo valoran con el mismo patrón de medida, deben sentir que les beneficia en lo personal o en lo colectivo para que les agrade. Si no es así, dirán«eso es una mierda». No sé si yo lo tengo, pero he tratado con gente que ponía mi obra por las nubes sin haberla leído (comprobado) y, creedme, es algo tan desasosegante como que te critiquen sin tampoco haberte leído o escuchado y entendido. Te das cuenta de que te has convertido en un icono, un arquetipo si hay suerte, en un símbolo del bien o un símbolo del mal solamente por lo que alguien cuenta o se imagina de ti.


TOMAR DISTANCIA PARA PROTEGERSE

Hay que cuidarse de apegarse o enamorarse del objeto de estudio.  Fundamentalmente, para no perder los papeles, la distancia del observador y el criterio de investigador. También, para evitar llevarte chascos como persona o desilusionarte como investigador. Es fácil que, por el deseo de quedar bien o mostrar que no quieres mal a nadie, te entregues en cuerpo y alma a tu tarea como si fuera una causa. Incluso, te prestes a todo tipo de iniciativas gratuitas o regaladas para que nadie pueda reprocharte nada en lo moral. Incluso, al no pertenecer al grupo de los investigadores ricos o con nómina, empobrecerte y embarcarte en el mortificante sendero de la miseria material por el miedo a ser tachado de «aprovechado». Te embarga la necesidad de agradar a todo el mundo, ¡con lo que desgasta en salud! (hablaré del tema salud en otro consejo si no me muero antes), y hasta de maquillar la mezquindad que anida en su seno o justificar lo injustificable simplemente porque tu afinidad exige cuidad el vínculo. Es inútil, es contraproducente, es suicida. Es imposible controlar el rechazo, los malentendidos, la estereotipación de uno mismo. Por eso, en el proceso de conocimiento es inevitable que se quiebre la romantización del grafiti o del arte urbano en algún momento. Lo importante es que algo que te cause placer no te provoque dolor y decir ¡basta! antes de odiarlo.

También, desengáñate, por muy cerca que estés, por muy dentro que estés, no perteneces a ese mundo: eres el de fuera; y la xenofobia que manifiesta la comunidad del grafiti con quienes quieren conocer de ella se hace fuerte cuando no tienes o dejas de tener algún interés, ya sea porque sus miembros actúen por instinto de protección o porque seas un blanco oportuno o recurrente para que algunos consoliden su estatus como «defensores de la fe». Si se sabe que no tienes amparo interno, mucho peor. Pero no te confíes, aunque lo tuvieras, aunque hubiese en el mundo del grafiti gente que te estime o quiera, hay una alta probabilidad de que cuando se te ataque públicamente afrontes el fregado solo. Date por afortunado si recibes algún mensaje de apoyo personal por privado o que alguno quede contigo para tomarse un café y que no sea para relamer tus heridas y gozarlo a tus espaldas.

Por lo general, el investigador no grafitero podría pasar por estos trances:

—Ninguneo. No hacer caso al investigador, no tomarlo en serio, hacerlo de menos.

Utilización por complejo de inferioridad. Podrán desde sacar información o pedir favores al investigador para su provecho hasta apropiarse de sus aportes, decir que es íntimo suyo o suministrarle adrede una información adulterada en beneficio de su notoriedad o la de sus allegados. Suelen apropiarse de méritos ajenos, practican el descrédito y la zalamería.

—Utilización por complejo de superioridad. Se pondrá a parir al investigador o se le detestará, aunque en público se diga que se le admira y se agradezca su labor, un reconocimiento que, por supuesto, habría de agradecer por de quien viene. Suele ser gente narcisista, con una percepción distorsionada y muy generosa o condescendiente de sí mismos, que no reconoce sus errores o se los asigna a otros, y que magnifica sus méritos y conocimiento, aciertos o supuestos aciertos, aunque sean méritos de otros. El investigador no deja de ser un juguete de su megalomania.

—Boikot. Consiste en desde la negación de colaboración hasta el suministro de información tergiversada para conducir las conclusiones o denigrar al investigador como profesional. Pueden llegar a organizar cabales para hundir su reputación o sacarlo de escena. Una lengua viperina suele ser un oído no complacido o propenso al malentendido.

—Incomprensión de su independencia. La investigación será blanco de críticas derivadas de exigencias no estrictamente académicas. A menudo, a causa de no entender de qué va el trabajo o de que el investigador no se preste a ser un secretario particular que trabaje al dictado. 

—Discriminación por la condición del investigador. El investigador será blanco de críticas, por diferencias de criterio, choque ideológico, prejuicios, resentimiento, errores puntuales o el gratuito hecho de estar ahí como un simple pelele de feria al que poder vapulear porque sí, porque toca. Es habitual el empleo de la infamia y la calumnia como medios para desacreditarlo cuando no hay de donde rascar. Algunos grafiteros tratarán de ganar puntos metiéndose con él con argumentos falaces, populismos de taberna o paranoias personales. El investigador encarna un enemigo a abatir o un elemento sacrificable para forjar o reforjar su identidad o el sentimiento de cohesión subcultural.

Por supuesto, quien dice críticas dice insultos, amenazas y hasta agresiones (que a alguno muy famoso le sacaron la pistola en Estados Unidos). En mi caso, se me ha llamado desde inútil o ignorante hasta machista o policía de la secreta. Las amenazas de agresión las dejamos en el cajón de las vergüenzas porque el glamur ibérico no es como el norteamericano.

La proximidad del estudioso, su talante pacífico, su ingenuidad... le hacen precisamente propenso a sufrir ataques de manos de personas con alto nivel de exigencia (a su favor), expectativas imperativas, temperamento extremo o hambre de notoriedad. A veces, justificadamente, pero aquí el problema no es la causa, es la desproporción de la reacción y la deshumanización del retrato de uno mismo. Otros se limitan a quedarse con los negativos, las fotos, los libros o los cedés que el investigador le preste, pero así es la vida en la frontera. 

Quizás, en ocasiones pasar a ser investigador grafitero conlleve en origen, precisamente, un fuerte deseo de atajar o reducir esa clase de feos y obtener reconocimiento y paz. Sin duda, los exgrafiteros son más propensos a recurrir a esta solución, recordando a los grafiteros que ellos también fueron grafiteros y vuelven a pintar. Es una fórmula que yo no veo para mí y, sinceramente, considero ineficaz o no tan eficaz en su objetivo; aboca a medio plazo a casarse con el bloque más afín en la escena donde se actúa.

Sin embargo, no todo son agresiones. Ya he advertido que también se da la zalamería con vistas al uso y abuso del investigador. Por principio y más si se va consolidando una producción y buena reputación o se pertenece a la universidad, se parte del presupuesto de que un investigador tiene algún tipo de buena posición, de mando, pasta o buenas relaciones de las que el zalamero podría aprovecharse. Muchos se acercan en busca de fama, negocio, de una segunda oportunidad, de convertir al posicionado en el bálsamo de sus frustraciones, en la herramienta de una venganza o un acto de justicia, en un publicista o una suerte de representante de su figura, etc. Sin duda, a veces funciona, pero hay que apuntar bien, que no todos los investigadores tienen la solvencia e influencia de un Chalfant, un Prigoff o una Cooper. 

En definitiva, en esa línea se ve al investigador como un nexo con el mercado o la alta cultura, seguramente por su faceta de autor de publicaciones o de comisario de exposiciones, incluso por su conexión con medios de comunicación y galerías, el maravilloso mundo de los platós y el business del espectáculo. Pero, créanme, hay muchos investigadores al margen del negocio grafitero, que viven humildemente o, simplemente, sobreviven y que no van a solucionar la vida a ningún grafitero por mucho que se arrimen a ellos.


NO ELOGIAR GRATUITAMENTE

Es común que los grafiteros, en su deseo de reconocimiento y aprovechando el contacto o la familiaridad, aspiren a obtener elogios de estudiosos y que los investigadores, en su deseo de integración o generar confianza o agrado, ejerzan el elogio. Mi consejo es que hay que cuidar las valoraciones sobre la obra de los grafiteros hasta tener un conocimiento certero del grafiti, de su carrera y del contexto donde se localiza. El problema de base es que esos comentarios inexactos pueden malograr la credibilidad crítica del investigador, al tiempo que exponen su vulnerabilidad frente a gente con complejo de inferioridad o de superioridad, manipuladores o narcisistas, que cacarearán el elogio recibido apelando al principio de autoridad. Con suerte, la gente se reirá de ambos (elogiador y elogiado). Si no hay esa suerte, asumirán que lo ridículo es verdad y una mentira se habrá asentado en el relato histórico o el imaginario legendario hasta que caiga por su propio peso con el tiempo en los entornos expertos, más tarde en la cultura popular.

Lo mismo se puede decir respecto a los colegas investigadores. Sobre todo, en la relación veterano-novato. Ya sabe, ese  «discípulo de» más falso que un euro de cartón.


DUELO DIALÉCTICO, POSTUREO ORAL

Dejando a un lado la cuestión de qué es pertenecer a algo, está claro que interesarse por algo ya es participar en ello, digamos, positivamente. Claro, que con participar no basta para saberlo todo —no basta tampoco con pertenecer, así que imagina—, pero sí que con ello se cultiva el conocimiento del fenómeno desde una concreta faceta científica. Y no solo eso, sino que uno se sitúa en una posición intermediaria entre la comunidad del grafiti y la sociedad general. Por esa razón, va a ser consultado por ambas partes y, por ambas partes, se convertirá, para lo bueno y lo malo, en representante del grafiti o del sistema. Por supuesto, el investigador debería representar a la ciencia sin vasallajes ni tributos.

Por esa toma de contacto, no es raro que se invite a investigadores a mesas redondas o a tertulias en calidad de expertos. Mi consejo es probarlas, mantenerse firme en la silla y dejar de ir si son de esas de hablar por hablar, con frase breves y palabras cortas. No valen la pena. Mejor las otras, esas que no te hacen preguntarte por la razón de estudiar una carrera ni te hacen sentir un mal actor en una mala producción. Sin embargo, es ameno si te distancias y lo analizas en vivo como un subproducto capitalista, una derivación de las políticas de absorción, un exponente de la sociedad del espectáculo o lo que te pegue más. O eso o hacer garabatos en un papel o sobre la mesa hasta que el tormento pase. Los mejores foros son los académicos, en lo que respecta a no perder el tiempo o perderlo sin banalidades.

Esto nos lleva a entender que gran parte del rechazo xenofóbico de la subcultura descansa en la incomprensión de objetivos, de la dinámica académica y en las diferencias de lenguaje. Lo académico suena raro. Aunque algunos grafiteros tengan estudios superiores, la generalidad no puede evitar ver al investigador como alguien de otro planeta. Reúne una serie de características que lo hacen exótico: la forma de mirar, la forma de vestir, las costumbres, el léxico..., aun siendo de extracción popular. Por supuesto, el investigador no debe ocultar su identidad, pero puede asumir unas formas y maneras que expresen proximidad o afinidad y rebajen las defensas.

Esto hace que sea apropiado rebajar el lenguaje técnico y asumir el argot del grafiti y el registro coloquial de la zona para aflojar las barreras, al margen de que a algunos informantes les guste aprender idiomas. No obviemos, que el lenguaje puede usarse por ambas partes para marcar distancia o marcar territorio. No es raro tampoco que algunos, especialmente los talibanes del grafiti, busquen al investigador, sobre todo si no les han consultado, para leerles la cartilla. Es conveniente, por tanto, saber quiénes son las autoridades de la escena para desde el primer momento acudir a ellas y pedirles su colaboración sin pleitesías.

Es habitual también el choque cuando las conclusiones del investigador no se ajustan a la visión exclusivista o excluyente de algunos partícipes; mejor dicho, a una visión hecha a su gusto o a su medida. El investigador podrá distraerse desentrañando sus falacias y contradicciones con su modo de vida y sacar material para un artículo científico con mucho jugo. A veces, no; son coherentes, pero las menos por mi experiencia. Es normal que se presuma de lo que no se es o que se trate de monopolizar la razón por el simple temor a plantearse que se puede estar equivocado.

En estos duelos, hay que saber que existe una figura clásica: los malmetedores (también conocidos en mi cole como chinchadores). Hay que evitar que por su intervención, el investigador y el grafitero de turno se conviertan en carnaza de terceros y el vapuleo en un espectáculo. Pase lo que pase, no hay que perder la dignidad, comprender que cabronazos hay en todas partes y que la voz del investigador tiene derecho a pronunciarse en el foro que sea sin perder las maneras, en la confianza de que el conocimiento compartido progresará en precisión y matización.


NO AISLARSE

Ante todo esto, el investigador no debe temer el contacto, solo ser prudente y estar atento a los pequeños detalles. Investigar el grafiti sin formar parte de su mundo y sin tocar un espray es tan lícito como necesaria la consciencia social de su propiedad cultural (antropológicamente hablando), y esos objetivos no podrán llevarse a buen puerto si el investigador se limita a observar el fenómeno desde las pantallas o las ventanillas (salvo por fuerza mayor, en terrenos muy conflictivos). Es un fenómeno vivo, público y humano, que nos acompaña y nos pertenece como sociedad. Da igual que hayas nacido en una barriada o en barrio alto, lo tienes delante, es nuestro, es tuyo, tómalo, conócelo, nada de lo humano nos es ajeno. En el grafiti participa toda clase de personas, ¡hay de todo!, es un reflejo de su sociedad, y lo verás cuando te liberes de los estereotipos y profundices en él. Hay gente maja, razonable, abierta a colaborar, entusiasta de la historia, de su historia, y con ganas de contribuir a la memoria y el autoconocimiento y de cocrecer contigo, pero marca tu posición y comprende y respeta las suyas, haz las cosas lo mejor posible, de corazón y con cabeza, recuerda que frente a los integrismos no cabe más que la integridad y acepta que no está en tus manos más que el reconocimiento y el respeto de ti hacia ti mismo.

Aparte de esto, comparte: publica y divulga tus aportaciones con conciencia de lo preexistente y con la responsabilidad de que construyes un legado. No olvides nunca que te sujetas a una disciplina y una tradición científica, en la que la documentación, el rigor y la reflexión jamás sobran  y confía en que tus compañeros enmendarán tus lapsus o fallos para el bien de todos. Participa, pero no te dejes encandilar por las bondades y la hospitalidad, en la subcultura hay, junto a sus virtudes, el mismo postureo, el mismo trepismo, la misma hipocresía, el mismo afán de instrumentalización o de negocio que te puedes topar en otros rincones de nuestra sociedad, incluida la universidad. A menos que quieras profundizar en esos temas de primera mano. Si es así, ¡suerte y que nada te roce!


DESVENTAJAS Y VENTAJAS DE ESTAR FUERA

Para cerrar este lote de consejos, toca hacer un listado de algunas de las desventajas y ventajas de no pertenecer al mundo del grafiti en lo que atañe a las labores de investigación. Veamos primero las desventajas:

—La distancia. Hay que entrar en el grafiti por muy remoto que se nos haga. Primero reconocer la escena física y luego establecer contacto con la escena humana. Es normal cometer torpezas por desconocimiento, pero luego esa esfera se hará familiar y practicable.

—La extrañeza. Hay que aparcar prejuicios propios y vencer recelos y sospechas ajenos. Hay que ganarse la confianza para conseguir la colaboración (informaciones, entrevistas, cesión de material, etc.). Aquí lo importante es la naturalidad, la sinceridad y actuar en un plano de igualdad.

—La impresión de extracción desigual. Es adecuado cuidar el equilibro entre dar y recibir. Procurar corresponder proporcionalmente con algún tipo de contraprestación (convite, informaciones, material gráfico, avances, invitación a la defensa, regalo de copias del trabajo, etc.). 

—La exigencia especial. El colaborador espera un trato más cualificado y atento que el que profesan los medios de comunicación. Por su parte, el investigador debe decantarse por informantes significativos, posicionados, ilustrados o que sientan la necesidad de explicarse.

—La instrumentalización. Hay riesgo de que el colaborador utilice al investigador o juegue con tu ignorancia de las interioridades del graffiti. Aquí es importante el instinto, el trato de gentes y las referencias.

—El examen. Serás juzgado con dureza por lo que hagas o se imagine que haces (quizás menos que si eres grafitero investigador).

—La reputación colectiva. Se te comparará con los que vinieron antes. Por eso hay de dejar un buen recuerdo para no complicar la actividad de otros colegas y saber dónde está el listón de calidad para una escena o en general. Hay que pensar también en colectivo como investigador, conforme a las circunstancias sociales y las limitaciones económicas.

—La otra instrumentalización. Las instituciones o los medios de comunicación pueden tratar de utilizar al investigador para apoyar sus políticas o discursos.

A esto podemos añadir el choque cultural, el choque generacional, el choque de clase o el choque de género.

Por otro lado, tendríamos como ventajas:

—La neutralidad. La no pertenencia del investigador al grafiti lo libera de fricciones internas. Esto le da, en principio, margen suficiente para tratar en igualdad de condiciones con toda la generalidad de actores.

—La categoría del estudio. La predisposición a colaborar se apoya bastante en las expectativas de proyección. Resulta atractiva la ilusión del reconocimiento público o por pasar a la historia con mayor profundidad y eco que a través de la atención periodística. 

—La especialización. Al estar destinado el trabajo al ámbito académico, se genera una impresión de prestigio basada en lo selectivo. No todo el mundo tiene la oportunidad de participar en un estudio académico. Esto afecta a que el individuo colaborador se anima a participar por ser un elemento de singularización.

—La motivación. El investigador tiene un efecto estimulador sobre las escenas. Con su atención las puede hacer sentir vivas, revivificarlas o resucitarlas. Hasta puede nspirar a que los propios colaboradores u otros grafiteros emprendan la senda de la investigación por la admiración de su labor. Esta efecto puede hacer grata su presencia e intervención.

—La constancia. Una dilatada y productiva trayectoria académica que respalde al investigador favorece para que se le abran las puertas o tener futuros proyectos con o en la subcultura.


Con esto cierro esta serie de reflexiones, siempre mejorables o adaptables a cada contexto concreto. Larga vida a la curiosidad humana y al hambre de conocimiento.



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