¿SOMOS LOS ESTUDIOSOS PARÁSITOS?


GAJES Y OFICIO DE LA INVESTIGACIÓN Y DIVULGACIÓN DEL GRAFFITI



¿Somos los estudiosos parásitos?

Fernando Figueroa


A todos los investigadores les han podido poner en algún momento mala cara por la sencilla razón de que se les ve como extraños, intrusos, fisgones..., o porque alguien piensa que quieren algo de lo que tiene, aunque no sepa qué de exacto, y lo quieren para llevárselo crudo sin que revierta parte de ese supuesto o imaginario negocio en él. Por supuesto, es gente que piensa en términos materiales, avariciosa o escarmentada. Su recelo, entre la avidez explicable, la precaución lícita o la paranoia descerebrada, surge de la creencia de que hacer una tesis doctoral sobre graffiti o arte urbano, publicar un artículo o un libro, dar conferencias, organizar una exposición, etc. se hace por lucro o es un negocio boyante. No se piensa que sea un trabajo, una vocación o un hobby.

Por ello, conviene tener presente varias cosas para prevenir disgustos:

1) La forma de reaccionar depende de las personas, de los grupos, de las comunidades, de la actitud del investigador también.

2) Entender que la conciencia de un colectivo se revuelve ante la explotación cierta y también ante la infundada.

3) Abunda la creencia de que el investigador es un intruso, que saca y sonsaca; un gambusino que detecta el oro entre el barro o un alquimista que todo lo que toca lo convierte en oro.

En fin, pregúntate siempre con qué clase de gente te juntas, qué personas se te acercan al rebufo de tus actos, si comparten tus mismas ideas, si entienden lo que les dices y haces, si comprenden por qué haces las cosas, si son capaces de ver más allá de su terruño, si formas parte de su coto de pesca... La buena fe y el buen hacer no bastan para evitar sobreentendidos o malentendidos. Tampoco creer que por ser de clase trabajadora y tengas afinidad por el discriminado o pisoteado, lo vayas a tener mejor frente a los marginados, incomprendidos u ovejas negras de abajo y arriba. ¡Que no! ¡Que no va así el tema! La bondad es como la miel para los idiotas que van a lo suyo.

Esta cuestión se me ha hecho muy presente varias veces en mi trayectoria, pero nunca se aprende. Por eso lo mejor es tomar distancia. Meterte en la ballena cual Jonás y rezar para que nadie venga a joderte.

Una importante ha sido mi participación en la Plataforma Muelle. Reivindicar el reconocimiento oficial del valor cultural de la obra de Muelle fue una ocasión única para conocer de qué palo iban algunos que se arrimaban en plan amigo o haciéndoselo, y saber cómo te veían dentro de su guiñol personal. También había los que no querían tener trato contigo por lo que fuese. Saber el por qué, costaba más, pero calabas las intenciones indirectamente. En el fondo, era lo de siempre: el de fuera busca algo o puede destapar lo que no queremos que se vea o sepan otros colegas. Hay tantas maniobras oscuras en la oscuridad... Y como la imaginación es libre...

Si algo tenía claro durante aquella aventura, fue que esa lucha tenía que estar libre de cualquier insinuación comercial para prosperar moral y administrativamente, toda idea de lucro debía quedar excluida viniese de quien viniese, y de la familia no iba a venir. No había lugar para negociantes, trepistas y manipuladores con ganas de subirse al carro por interés propio. El criterio de la familia coincidía entonces con ese «Muelle no se vende», y su sintonía y confianza nos daba la mayor fortaleza que puede haber: la fortaleza moral.

Sinceramente, creía que la figura de Muelle podía encarnar con vigor la aspiración de reconocer por sí misma el valor de la baja cultura y la pureza que iba perdiendo el graffiti y el arte urbano españoles, apresados bajo el glamur mercoferiante y narcomediático, bajo el tufo de la pasta gansa más tufo que chicha y pluma—Hasta albergaba la ilusión de que la iniciativa limase las asperezas y reuniese a autóctonos, hiphoperos y artistas urbanos bajo una misma bandera, por una buena causa. Ingenuo que es uno, amigo de la utopía en un tiempo de retrofuturismo sin clemencia. Los egoísmos nos desgajan, los cantos de sirena nos aturden y, mientras tanto, más de uno, supuestamente de nuestras propias filas, se sentaba a comer palomitas esperando el descalabro y echarse unas risas.

No sé si se entendió lo que yo y Elena García Gayo estábamos haciendo, el sentido de una reivindicación de perfil bajo pero firme y segura en el campo cultural, fundamentada y somera en cuanto al eco mediático y el riesgo de que la cuestión se politizase en el peor sentido de la palabra. Hay quien confunde reconocimiento cultural con salir en la tele, hacerte la foto con un político, compartir las alaracas del famoseo o que te vendan el oro y el moro con sonoros patrocinios y promocionales eventos. Pan para hoy, hambre para mañana; así se deglute día a día la esperanza de transcender como sociedad.

No me gusta ese camino, aunque sea lo que se lleve y al final se valore con gozo provinciano el pan nuestro de cada día envuelto en papel de plata. Buitres, hienas y cucarachas son seres entrenados para encontrar la ocasión de sacar jugosos bocados de un mismo cadáver, duchos en tentar, camelar, exprimirte y tirarte cuando te quedas en los huesos porque no les puedes dar más. Mejor coger distancia de ese festival de corrupción e hipocresía. Ya había hecho lo mío, no me pidan meterme en el fango por querer complacer a todos. Odio los festivales de vanidades y banalidades. El amiguismo y el favoritismo del graffiti institucionalizado y esponsorizado que con frecuencia algunos escritores cultivan y abonan en camarilla con la arrogancia de los elegidos no me va. Elites, las justas y dignas.

Dicho esto, lo de la subasta representó un punto de inflexión para mí, la señal de que mi tiempo había acabado y llegaba el tiempo del mercadeo y el politiqueo. No fue que me sorprendiese, más tarde o más temprano iba a pasar conociendo la fauna que rondaba y la bondad de la familia, aunque hasta entonces había sido reacia a desprenderse del legado de Muelle. ¡Ojo!, que están en su total derecho de cambiar de opinión. Hay razones para todo. Pero, suponiendo que hubiese necesidad, todos sabemos que hay maneras de recaudar dinero o conducir obra a fondos públicos sin tener por qué pasar por el trance del peaje canino de los metemanos o la economía de los favores de doble filo; que en esas transacciones la familia era la vaca. Así es el business del comercio y el comisionismo, amigos.

Me tocaba poner tiempo, salud y dinero para reivindicar lo que creía justo para beneficio común. Qué se le iba a hacer, si no, esos quehaceres no serían algo sacrificado y doloroso, todo el mundo los haría. Mirar por los demás es, a menudo, dejarse en ellos la piel hecha jirones y la sangre, espuma. Es normal.

Frente al anuncio de la subasta, reaccioné como suelo hacer: publicando en mi Facebook un comentario. Eecordé el espíritu generoso de Muelle, quien salió escaldado de ese mundillo al que le regresaban póstumamente, ya digo, con las respetables razones que fuesen, pero poco conocimiento del terreno que iban a pisar:

Sin embargo... Sin embargo, en reacción me llamaron parásito. ¿Transposición? ¿Mala baba? Yo, que doy sin esperar recibir y siempre doy de más preso del qué dirán y de un idealismo en cierto punto autodestructivo por vivir en un mundo poblado de caníbales, corruptos, aprovechados, era tildado de rémora. Se me veía como un ser extraño, pegajoso e incómodo al que se debía mantener a raya.

Sin duda, esa voz hablaba por muchos, pues nadie salió a defenderme de entre los muellistas. Estaba claro que falló la comunicación ¿o no? ¿De verdad no supe hacerme entender, valer? Puede ser, atrapado en mi talante reservado, el hábito de mantenerme en lo mío, de no molestar más que lo justo por no perder la dignidad profesional, la confianza de la familia o dar la impresión de ser un interesado camelador de voluntades. Pero, sobre todo, afloraba la confusión de qué se considera propio de uno y propio de otro; y propio de mí, como persona e historiador, es no quedarme callado ante una indecencia.

La gente que me conoce lo entenderá. La gente que no, pues tendrá más fácil convertirme en un pelele sobre el que ejercer su desahogo, frustración o enojo, y ganar puntos ante sus seguidores. Lógicamente, es socorrido meterse con el extranjero, con el pobre pelagatos o con el que no tiene poder, solo estudios y vocación, y que puede pasar por el parásito perfecto, porque sabes que no te hará nada. Qué paradoja, temes a quien no te hará daño. ¿O es otro tipo de daño el que temes?

Me deprimí. La batalla que se planteó al principio estaba perdida y en la otra no quería estar. Acepté que antes o después, una o varias veces, en esta vida somos prescindibles aun teniendo alguna utilidad. Y sobre todo lo somos cuando cambian las reglas de juego e irrumpe el afán de negocio y el reparto de cromos, y no comulgas con ello. No, no me va.

Ya que el objetivo cultural se cumplió como buenamente se pudo, decidí tomar la distancia que me pedían educadamente, no sin antes explicar los peligros que se liberaban al abrir aquella caja de Pandora. Tenía ese derecho y esa obligación.


Soltado el rollo, desde ese momento el designado parásito, rémora de tiburones, lo dejó todo para no estorbar, con el consuelo que me regalan mis raíces campesinas del «con su pan se lo coman». El que en un banquete se queda de miranda irrita mucho. Parece que quiera comerse a los que comen, cuando a lo mejor teme convertirse en el siguiente plato. Conviene recordarlo y compartirlo. A más de uno le ha de pasar. Tomad nota y obrad sabiendo las posibles consecuencias. Si no te quieren, vete o haz ver que no estás. Es lo más aconsejable, pero ten en cuenta que el parasitismo es a veces una realidad, una impresión y otras simplemente calumnia.


¿Historiadores del graffiti? ¿Seguro?

Contra la especulación

Con dinero o sin dinero

Fotos o textos

Con pan y cebolla

Ser investigador y grafitero

Ser investigador no grafitero

La adulteración de testimonios



Comentarios