GAJES Y OFICIO DE LA PUBLICACIÓN DE LIBROS DE GRAFFITI
Contra la especulación
Fernando Figueroa
A veces te devanas los sesos pensando sobre qué impide que el conocimiento generado llegue aceptablemente al público general o al discurso académico. Por supuesto, hay muchas causas, no solo que se lea menos y que la comprensión lectora flojee bastante en términos generales por un lado o lo minoritario o marginal del interés por su estudio por otro. Pero lo que no se puede pasar por alto es el grafiti se trata de un tema periférico que, si además lo abordas de un modo muy específico y desde un enfoque peculiar que no se acopla al mainstream, pues no te esperes contar con masas de lectores que te sigan. Si luego tampoco se te cita por ahí, pues... En resumidas cuentas, el porcentaje de probabilidades de dar con una persona interesada en la lectura de tus libros se reduce a cotas desasosegantes.
Así parece que ha pasado con mi último libro, Graff Phone, un libro que, en principio, podría interesar a un amigo de la historia, del grafiti, del cine o de los teléfonos, cualquiera de ellos. Hagamos balance. ¿Cuántos ejemplares se han vendido desde que se publicó hace un año? Contemos: uno, dos..., cuatro..., seis, ¡siete! Han sido siete. Un número muy chulo, mágico como el serrín de purpurina, pero insuficiente en cuanto a su capacidad de transmisión, aunque la calidad de los lectores sea excelente. Y lo sé de buena tinta porque prácticamente conozco a sus poseedores con nombres y apellidos, lo que relaja tanto como inquieta. Y es que apostar por algo muy específico es tirarse por un puente en brazos del silencio. Ya lo habéis visto.
En este punto, uno recuerda la buena fortuna de otros libros, vendidos como churros, aunque, en mi caso, han sido amargura pura. ¿Por qué? Porque beneficios no tuve y por lo que da título a este comentario: la especulación, en varios sentidos, que ha impedido la transmisión de sus contenidos. Veamos cada una de esas especulaciones de raíz humana, que del SEO hoy no toca hablar.
Especulación tipo 1
Es cuando la gente dice que el libro dice algo que no dice. Duele más cuando el individuo se ha leído el libro, ya sea de pe a pa o en diagonal, y es que el déficit en la comprensión lectora se da de bruces con la aceleración de tiempos y los sesgos de confirmación.
A esto se suma la dificultad de acceso a títulos descatalogados que, además, no están digitalizados. Eso hace que se tire de cita de cita, ese pernicioso hábito del aprendiz de investigador ingenuo y vago que exhala toxicidad por los cuatro costados si no se sabe uno contener o no ha aprendido a dominar el escurridizo o incompatible para algunos arte de la confirmación. O peor, que se suponga lo que pone porque se cree que hay una única visión de las cosas y que ¡cómo no va a decir eso el libro!, así que para qué leerlo, pongo que lo pone ahí y chimpún.
También caben maniobras más torticeras, pero con esto nos vale.
Especulación tipo 2
Vayamos a la especulación entendida como un juego de espejos. ¿A veces no te ha dado la sensación, cuando te mueves entre papeles, de sentir que parecen hijos de la misma mano? ¿Por qué será que se parecen tanto, que resultan tan repetitivos? Parecen hasta calcados, fotocopias. Y es que... ¿Qué pasa cuando alguien copia lo que dice otro sin citarlo y, qué casualidad, lo hace suyo? En primer lugar, parece que nada avanza, se estanca, se difumina la atribución hasta el punto de negar la contribución y, a la larga, hace desaparecer al autor previo en el fondo de una maraña gástrica.
Por supuesto, cabe el comodín de la ignorancia, pero una ignorancia alimentada por el egocentrismo: oí algo que escuché a alguien que debía de estar muy enterado, y se parece mucho a lo que pienso, aunque yo tengo la última palabra y, ¡qué carajo!, si lo digo yo, lo he dicho yo.
Creo que a esto se le llama cortapeguismo al punto, fritanga con cosas, jetismo de la casa, vampirismo a la carta o cleptomanía narcisista al limón, depende de la escuela teórica y de la mano que tenga el personaje que lo cocina. No hay consenso ni postre que no amargue después.
Especulación tipo 3
Después de los campanilleros y los cocinillas, nos topamos con los sacacuartos. Ya tocaba, que es el signo de los tiempos por excelencia que nos toca. Este tipo de especulación es un cáncer que devora la transmisión editorial de conocimiento en la esfera de las pequeñas ediciones o las ediciones exclusivas o de lujo.
No lo confundamos con el atesoramiento típico que se liga al fan o al coleccionista. Este apasionado compra y lee el libro, o lo hojea con el deleite del poseedor de un retazo de memoria en un ratito de paz y gozo, durante el que se recrea mirando las fotos y picotea párrafos si le cansa releer, leer o la letra es pequeña. Por eso no es una traba al saber. Menos si, ocasionalmente, si hay confianza, mucha confianza, se lo puede prestar a un colega para compartir cultura y placer con el respeto que merece un continente por su contenido. A lo mejor, por fortuna en la desgracia, una vez muere y lo tiene previsto, dona el libro a una biblioteca pública, y a disfrutarlo todo el mundo.
No, aunque el sacacuartos tenga su origen en lo anterior, esto va más allá. El especulador puro y duro se aúpa a la grupa del afán de negocio rápido y con poco esfuerzo. Calcula qué puede convertirse en un libro de culto o un bien preciado, compra, guarda, enciende el taxicronómetro y espera a que alquien pique. Todo queda en manos del paso del tiempo, una demanda más o menos asegurada —algún riesgo debe haber— y el usurero apetito del acaparador. Jamás se rebaja. A veces el incremento del precio se agranda en poco tiempo, sin razón lógica. Siempre hay ricos caprichosos o pobres que ahorran para comprar lo inaceptable, aunque sea un tulipán. Lo prohibitivo pervierte el sentido del gusto.
El menda no abre el libro si no es ante un potencial cliente, pero de los potentes, que valga la pena el manoseo. Tocarlo de más puede depreciar la mercancía por deterioro. Basta una rayita, un dedo grasoso para que el comprador exija una rebaja, y no estamos para eso. Mejor que esté envuelto en un plástico; si es el envase original, sería estupendo. Mientras tanto, el libro no está cumpliendo su función de transmisión de conocimiento. Está anulado, castrado. El libro pierde su función ligada al valor de uso y se convierte en un objeto mercantil suyo valor se asienta precisamente en su nulo uso. Un auténtico fetiche, un auténtico despropósito.
Otro día hablaré del yuyu o la maldición de que un libro se convierta en libro de culto y no de cabecera.
Posibles soluciones
Visto el problema, es hora de pensar en atajarlo con lo vano que es creer en panaceas universales. A efectos de transmisión de conocimiento y rentabilidad económica del trabajo, me queda claro que hay que habituarse a la publicación mixta: digital y en papel. Favorece a todos los efectos la difusión. Ahora, que no se haga a tontas y a locas. Hay que equilibrar los réditos materiales y morales, sobre todo cuando no se puede plantear una tirada elevada de ejemplares ni una distribución más allá de lo local.
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