SOLO O ACOMPAÑADO

GAJES Y OFICIO DE LA PUBLICACIÓN DE LIBROS DE GRAFFITI (2)

V Semana Complutense de las Letras, autores: G. Berti, F. Figueroa y R. Sendra, 2015.

 

Solo o acompañado

Fernando Figueroa


Cuando alguien toma la decisión de embarcarse en un proyecto editorial, suele plantearse si es capaz por sí solo de llevarlo a cabo. Por supuesto, esta cuestión implica dos posibles facetas: la creación del libro como manuscrito y la publicación del libro. Por ahora, nos detendremos en lo que atañe simplemente a la autoría y no a la publicación.

Hay libros de un único autor, de varios autores o de varios reunidos bajo el paraguas de un coordinador, un director o un editor. Cada opción se adecúa al tipo de libro que se plantee desarrollar, o sea, responde a las ventajas o desventajas que conlleva tal o cual modelo de libro o enfoque conceptual. Si existe una descompensación entre agente y objetivo, se pone en peligro la conclusión y publicación del libro o su calidad.


AUTOR SOLITARIO

Un libro corresponde a un único autor cuando este es el responsable de todo su contenido, al margen de que contenga materiales recopilados que no le pertenezcan o haya contado con colaboraciones puntuales. Estas colaboraciones en los contenidos pueden consistir en aportaciones (préstamo de imágenes, redacción de un prólogo, traducción, informaciones, etc.) y hay que distinguirlas de las colaboraciones que son, por ejemplo, de índole formal, financiera o logística y que suelen incumbir a la fase de publicación. Obviamente, el autor tendría que ser quien llevase el mayor peso conceptual, operativo y ejecutivo del libro. Si hubiese alguna clase de descompensación entre lo hecho por el autor y su colaborador principal una participación activa (no pasiva) mínima, por ejemplo, del 50 % con un solo autor o del 30 % con dos autores debería plantearse la reivindicación de una coautoría por parte del colaborador.

Conviene distinguir bien entre responsabilidad del autor y responsabilidad editorial con un ejemplo. La publicación del Levantarse otra vez: cuarenta años después (2019), de Craig Castleman, contrajo la intervención altruista de miembros de la asociación Indague y la fundación Contorno Urbano en puntos claves como la revisión del manuscrito, su corrección, su traducción..., pero ello no supondría una reclamación de coautoría porque ayudar a dar forma y velar por la corrección y la calidad de los contenidos compete obligatoriamente a la labor editorial (si no es así, pues muy mal). La responsabilidad editorial sobre un libro no usurpa la responsabilidad del autor sobre su obra, pero debe honrarla y mejorar su manuscrito en la medida en que sea posible.

Por otro lado, apreciamos que mantenerse en la autoría individual depende del equilibrio entre el volumen del trabajo y la capacidad de trabajo del autor, lo que también redunda en la duración misma de la concreción del manuscrito. Un proyecto que nos sobrepase podría plantear buscar el apoyo de un coautor, pero no siempre es la mejor solución. No pensemos que a más autores más pronto y mejor se escribe un libro. No es tan fácil resolver la ecuación. A veces, la coautoría puede ser un lastre o puede forzar a rehacer totalmente el proyecto. Además, hay gente que trabaja mejor sola sin ser necesariamente un narcisista, sino quien mejor se conoce, se entiende y se basta.

Por supuesto, hay que alertar de que no todo autor que figure sobre la cubierta de un libro ha de ser necesariamente su autor. Parece una paradoja, parece una perogrullada, pero, señores lectores, existen los negros y los plagiadores. En estos casos, la ambigüedad nos corroe, pues no se sabe bien si esos libros se tratarían, en el fondo, de libros de un único autor o de dos o de varios autores, aunque en ningún caso cumplen con los criterios que identifican correctamente una autoría compartida. De la misma forma, un libro anónimo no debe considerarse, por defecto, obra de un único autor.

El caso del compilador también debe aclararse. Personalmente, no lo considero un autor en sentido estricto, pues su actividad ha sido la de recopilar contenidos. No obstante, figurará como tal desde la base de que es autor de una selección, organización y estuchado de materiales, aunque no lo sea de sus contenidos. Su labor, aunque parezca más fácil que la de un autor de contenidos, no deja de cumplir con una función divulgativa firmable.

Finalmente, como anécdota, así como existen libros de un solo autor, hay también autores de un solo libro, que por lo común, si se les recuerda, es por haberse convertido sus obras en clásicos. En España tenemos dos buenos ejemplos: el Graffiti. La palabra y la imagen (2000) de Jesús de Diego y Pioneros del Graffiti en España (2009) de Gabriela Berti. Esto lo saco a colación para observar cómo, en ocasiones, la reunión de talentos sirve también de aliciente para afrontar más de un proyecto y mantener la actividad editorial. Pensemos en el caso de Felipe Gálvez en España o en el de Roger Gastman en los Estados Unidos de América, ambos autores prolíficos y con una obra sólida.


DOS O VARIOS AUTORES

En ocasiones, se requiere reunir fuerzas o compartir cargas para poder dar forma a un libro tal y como se desea. Así sucedió con el libro Madrid Graffiti (2002), que se planteó como una reunión de fuerzas entre mí y Felipe Gálvez, entonces webmaster del portal Spanish Graffiare y que conocí un par de años atrás en mi defensa doctoral. Ambos aportamos textos, entrevistas y fotografías de una manera bastante orgánica para concretar un manuscrito ilustrado que nos llevó cerrar alrededor de año y medio (pues se contada con una base previa muy potente: tesis + web). Aquí debemos detenernos para apreciar lo importante de una buena conexión conceptual y operativa entre los autores, su coincidencia en el grado de pasión por el tema, su sentido del compromiso con el trabajo, la profesionalidad en sus tareas, su complementariedad operativa, el cuidado por equilibrar la carga de trabajo, la convergencia de enfoques, aunque sean distintos, y el apoyo mutuo moral. En fin, todo esto se puede resumir en cuatro rasgos imprescindibles para acabar un libro compartido: confianza, compañerismo, compromiso y consciencia común.

En este sentido, que se sean varios autores no solo puede hacer más ágil o eficaz el trabajo, sino que puede hacer más llevadera la carga de trabajo. Funciona también como un mecanismo útil para el desahogo, la reflexión dialogada, la liberación de tensiones, el refuerzo moral, la tormenta de ideas, etc. Azuza y agudiza la creatividad, refuerza la calidad y, sobre todo, ayuda a no desfallecer y a culminar el objetivo. Aquí apreciamos la faceta del coautor como compañero de viaje.

La coautoría conlleva también un aspecto complementario. Esto lo ilustra muy bien la fortuna de un combo muy común en las ediciones sobre graffiti: la que cuenta con un autor escritor y un autor fotógrafo. Sería un libro de dos miradas, textual y visual. Pensemos mismamente en The Faith of Graffiti (1974), de Normal Mailer y Jon Naar, como claro exponente de ese modelo. Un esquema bastante efectivo y, en ocasiones, efectista y socorrido, que suele fortalecer el resultado.

También puede darse el caso de un libro firmado por un equipo, donde se diluyen las autorías individuales, aunque puedan figurar desglosadas en los créditos. Pienso ahora en el libro Granada Graffiti (2005), realizado en común por los escritores de la escena granadina y que puede considerarse con todas las de la ley un libro autogestionado de autoría colectiva. Un tipo de proyecto muy bueno para iniciarse en la publicación y que puede convertirse en trampolín para posteriores carreras individuales. De ahí salió el investigador murciano y apasionado del mundo editorial Ramón Sendra.


Presentación del libro Cultura en Vallecas: la creación compartida, 2007.


¿CONVIENE SER VARIOS?

Cuantos más manos en una misma tarea más riesgos de fallos, pero también de evitarlos. Todo depende de la facultación de los trabajadores y la organización del trabajo. Por otro lado, los riesgos de tensión y conflicto pueden ser catastróficos si no se calcula bien. Por eso, los libros que tienen varios autores suelen contar con un director o coordinador que, como maestro de orquesta, se ocupa de armonizar, equilibrar los contenidos y evitar la desorientación o la descompensación de la participación, mantiene la mirada de conjunto. Aquí el editor, director, coordinador o voz cantante del colectivo se convierte en una pieza clave del engranaje que sortea tanto las dificultades operativas como los conflictos humanos.

Es natural, los libros ambiciosos requieren una visión global, no hay otra forma de obrar para no generar un pastiche. La coordinación de Paloma Cirujano y Matilde Fernández Montes del libro Cultura en Vallecas: la creación compartida (2007) fue ejemplar en ese sentido. Por supuesto, contó con el respaldo económico del Ayuntamiento de Madrid, por lo que pudo contratar y reunir a especialistas de talla que evitaron que hubiese capítulos flojos y que se publicase un libro con una calidad física de alto copete. Nada que ver con la torpeza que cometí al admitir un artículo penoso que deslució el conjunto en un monográfico que me encomendó coordinar la revista Cultura escrita & sociedad en 2008. Una novatada que me curo de sentimentalismos a la hora de valorar, con la exigencia que corresponde, la calidad y validez académica de un texto.

A veces también, que sean varios los autores de un libro responde a juegos diplomáticos o al interés por completar un proyecto satisfactoriamente. Por ejemplo, hace tiempo, cierto autor, para culminar su idea, tuvo que convencer a otra persona para que aportase sus materiales a cambio de figurar como coautor. Pero era poco sacrificio porque hay quien prima el deseo de ver completado su reto y realizar un libro de referencia o de culto frente a la vanidad de figurar solo en la portada de un libro que se ha quedado a medias. En otros casos, esa combinación por necesidad puede formularse: autor rico + autor pobre, experto + amateur, externo + interno, experto + fotógrafo, experto en A + experto en B, veterano + principiante, foráneo + local, teórico + practicante, etc.

Desde otro punto de vista, la coautoría es todo un arte. Hace años, familiares de un importante escritor de graffiti español me consultaron sobre cómo tenía que hacerse y quién debería escribir un libro sobre su pariente. Yo, por supuesto, me acogí al principio de lo justo y necesario para responder: tendría que ser una obra colectiva, a cargo de todos quienes se habían significado por velar por su memoria en el ámbito divulgativo y académico. Me salían no menos de siete u ocho nombres. En el fondo, esta conclusión respondía al valor que había adquirido como patrimonio comunitario la figura de ese grafitero, a la necesidad en ese momento de que ningún particular se apropiase del símbolo (y las rencillas o vanidades que podía suponer) y al deseo de reafirmar con ello el sentido colectivo de su consagración. En cierto sentido, la autoría es el mensaje y la autoría colectiva es uno muy potente.


¿COMPENSA SER VARIOS?

Sabemos que cuantas más manos haya en una obra más probabilidad de caos puede haber, aunque prometa ser algo resolutivo. Así que conseguir hacer un buen libro depende de la capacidad de proyección, organización y resolución, además de las facultades, capacidades, flexibilidad y grado de implicación de las personas embarcadas en el proyecto. No todo el mundo vale, aun sabiendo del tema; y no todo el mundo que sabe puede. Saber escribir sobre algo o fotografiar algo es una esfera distinta a la de hacer ese algo; como también, saber hacer algo no te hace saberlo hacer todo. Por supuesto, el trabajo en equipo requiere de una gestión que saque partido de la habilidades de cada cual y pondere todo tipo de factores para engranar las diferentes personalidades y cuajar el grupo de trabajo. Esto supone un desgaste al que no todos están dispuestos. Más aún cuando se ha tenido una mala experiencia que, además, ha hecho que un proyecto se aborte o, peor, haya nacido con taras que avergüencen a los autores. Los reproches mutuos pueden ser interminables. Para eso, mejor ir en solitario y ser uno mismo responsable de lo que cocina y se come.

En lo que respecta a la financiación, especialmente en autopublicaciones, podría suponerse que es mucho mejor ser varios autores, pues se incrementa la base económica disponible. En ese sentido, el coautor se convierte en un coeditor. Por otro lado, en caso de una editorial, ser varios reduce mucho las regalías que aun para un solo autor saben a poco. Esta redistribución puede llegar a ser muy engorrosa, ya que los criterios de reparto proporcional del rédito no pueden limitarse siempre a una paridad exacta. Siendo justos, hay que calibrar la cantidad de capital monetario y el capital humano y material aportados por cada uno en el proyecto.

Ahora, atención, no te hace autor la aportación de capital financiero (salvo en el caso del autor con negro), sino exclusivamente el humano. Un productor o un patrocinador no son creadores y, por consiguiente, no deberían aspirar a considerarse autores de un libro. El productor o editor ya pone por su lado su sello y el patrocinador, su logo, ¿para qué más?

Respecto a obras colectivas dirigidas o coordinadas, como suelen ser académicas (y por tanto no retribuidas) o responder a colaboraciones altruistas, no deberían generar conflicto alguno en el terreno económico. Son colaboraciones que ayudan a difundir conocimiento y a visualizarse como conocedor, acaso a hacer currículo, y sobre todo a tomar conciencia de colectivo intelectual.


Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (1): Con editorial o sin editorial.

Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (3): Con dinero o sin dinero.

Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (4): Fotos o textos.


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