FOTOS O TEXTOS

GAJES Y OFICIO DE LA PUBLICACIÓN DE LIBROS DE GRAFFITI (4)


 

Fotos o textos

Fernando Figueroa


Los libros de grafiti se pueden dividir de muchas maneras y una muy común es esa que los reduce a libros de texto y libros de fotos. Por supuesto, hay fórmulas intermedias, con mayor o menor presencia de tal o cual contenido. Es normal que se combine imagen y texto, convivimos con imágenes y textos constantemente, aunque se esté perdiendo el hábito lector de textos, la comprensión lectora, la proyección e interrelación imaginativa y el disfrute de sumergirse en un texto desarrollado y generoso (que no alargado y divagante). Hay que saber escribir textos que cuenten cosas relevantes o enardezcan del mismo modo que hay que saber generar imágenes que transmitan emociones o hablen con elocuencia, y lo mismo podemos decir en el arte de combinarlos para sacarle el máximo partido intelectual y estético a ambos cauces informativos. 

No se trata de elegir entre un formato u otro, sino de saber aprovecharlos con habilidad según convenga a la transmisión de conocimiento que se precise. Por eso, sin imágenes en la cabeza es complicado sacarle todo el jugo a un texto y las imágenes no pueden explicarse por sí solas en su totalidad sin una contextualización o explicación por escrito. Pero veamos qué aporta cada medio exactamente, sus pros y sus contras, a la hora de planificar un libro.


LIBROS DE FOTOS

Suelen ser los más vistosos, esto es, entran por los ojos. Mucho más si tienen un formato grande, buen papel, bellas tomas y un sugerente origen u original propósito. Pero ¿eso basta para decir que sean buenos libros, el que sus fotos abunden y sean llamativas? No siempre, aunque se vendan más y sean los libros por los que apuesten las grandes editoriales y en los que los grafiteros sueñen con aparecer o hacerse uno ellos mismos.

En el aprecio entra en juego el tipo de lector y sus preferencias de consumo. Sería simplista decir que un grafitero se lo come todo mientras tenga fotos y dos tapas duras, pero, por supuesto, a un grafitero le alimentan mucho las imágenes que son de su interés por aspectos eminentemente subjetivos o útiles para su desarrollo artístico. Ahí los criterios son diversos, «si salen trenes, lo quiero», «no me gustan los de pintadas», «solo compro si es de Nueva York», «me gustan los estilos elaborados», «me gusta lo primitivo», «solo old school», «solo actualidad», «solo vandal», «solo street art», etc.

Aparentemente, existe un punto de «facilidad» en su concepción o ejecución que permite que se prodiguen estos libros. Lo que para algunos autores sería una parte preliminar, un primer paso en la realización de un libro, para otros recopilar imágenes es una feliz meta, el principal y único objetivo, un fin digno a la altura de sus expectativas. Para autores externos al fenómeno o internos que no se ven capaces de honduras intelectuales o las conozcan, limitarse a hacer fotos y organizarlas por bloques coherentes puede ser una solución interesante. No hace falta ni que sean los autores de las fotos, basta con lanzar el reclamo de que se va a hacer un libro y buscar colaboraciones para conseguir donantes de imágenes. Bueno, eso era normal cuando era un honor salir en un libro o se soñaba con que estar en uno sería una excelente puerta a la fama subcultural o un efectivo trampolín para la promoción profesional.

Tampoco es raro que las editoriales más comerciales apuesten por libros cargaditos de fotos para ampliar su espectro de consumidores, con un criterio artístico o meramente gráfico. Lógico, en el reinado de la cultura audiovisual. Además, se ha construido y perpetuado un imaginario del grafiti bastante superficial y que se regodea en ello evitando entrar en honduras que reclamarían siempre un desarrollo explicativo mucho más satisfactorio que dejarlo todo en manos de cuatro comentarios y de la imaginación. Hasta se sacrifican los pies de foto en pos de no enturbiar el deleite contemplativo o se fragmentan o reelaboran las imágenes con criterios artísticos.

Aquí llegamos al punto de considerar qué tipo de libro de fotos agradaría a un lector que quisiera ir más allá de una mirada superficial o efectista, que fuera consciente de la devaluación cognitiva y mistificación perceptiva que hay detrás del distanciamiento, la fragmentación o la descontextualización de la imagen o un conjunto de imágenes. O sea, de alguien que quiere saber qué está viendo, conocer los entresijos sociohistóricos, culturales o antropológicos, por ejemplo, que envuelven a esa imagen (incluso a esa toma, a la forma de recoger un testimonio), salirse de los tipos y enfoques tópicos, aprender más de los seres humanos que hay detrás de esas producciones y su mundo, etc. No solo me refiero al público ajeno al mundo del grafiti, sino al mismo grafitero que quiere algo más que someterse a un consumismo compulsivo, superficial y repetitivo hasta la náusea de cromos, muchas veces alentado por una parte de la subcultura que no quiere tomarse en serio.


LIBROS DE TEXTO

No serán vistosos, pero son los más potentes en términos de transmisión de conocimiento, de diálogo autor-lector, aunque haya quien sostenga que una buena imagen vale más que mil palabras. Cierto hasta que la memoria pública de lo que envuelve la imagen se ausenta o desaparece y se convierten en formas reutilizables desde el vaciado sentido, excusas para recrearse en lo que podría ser y no en lo que es. Así es que, aunque para que las palabras sugieran miles de imágenes es necesario ser una persona culta, versada en la materia o muy empapada de cultura general por sensibilidad y estudio, las guías válidas seguirán siendo principalmente escritas, no visuales, o mixtas si acaso.

Ahora, una buena guía combinada requiere síntesis sin sacrificar la precisión, rigor sin caer en la saturación, sugestión sin perderse en especulaciones. Por supuesto, esto exige aclarar cuando se transmite una información desde un punto de vista subjetivo, personal, opinoso, y cuando desde un punto de vista objetivo, de fondo, disciplinar o multidisciplinar. Todo es posible, cierto, pero conviene dejar claro si el protagonista del libro es el autor o su mirada o si lo es el tema del libro y el trabajo que lo ha hecho posible.

Por otro lado, los libros de texto resultan más fáciles de publicar por costes, pero también son los menos publicados y, por consiguiente, los menos consumidos, salvo raras excepciones. Y no solo eso, sino que su baratura es un simple espejismo. Si te lo tomas en serio, son laboriosos de formalizar y redactar. Hay auténticas odiseas, libros que lleva años concretar, más aún si se combina el sesudo trabajo de gabinete y campo con la recopilación gráfica. Como compensación, pueden tener una vida más larga en el concierto académico por su nutritivo contenido. Cierto que, igual que hay libros de fotos birriosos, también hay textos birriosos, auténtica morralla cargante o insulsa que pasará sin pena ni gloria por las librerías y las bibliotecas si hay suerte. Con frecuencia son los que parten de la idea del refrito de fuentes, del castrante todo-es-lo-que-he-visto-o-vivido o el es-solo-cómo-yo-te-cuento, del prejuicio de la simpleza del fenómeno o de un enfoque frívolo o superficial de la materia.


LIBROS COMBINADOS

Es inevitable que se combinen los formatos, es lo idóneo, pues el apoyo mutuo entre imágenes y textos es muy positivo. Debe considerarse sobre esto que el buen oficio hace que tal combinación sea útil y no un mero «enriquecimiento» comercial o «chulada» formal que engatusa más que reconforta. Hay que saber cocinar un texto con imágenes o imágenes con texto para que sepa bien lo que se lee y hacer crecer la consciencia del lector.

Por lo general, este tipo de libros no son una tontería. Pueden suponer años de trabajo. Cuando digo esto, recuerdo los tres años que llevó realizar el libro Firmas, muros y botes (2014) y hubiera merecido un año más de cocina, a mi juicio, para ser realmente satisfactorio. También, el ingente proyecto añoso de Andrea Caputo, All City Writers (2012), muy superior, y lo necesario que es en casos así que un autor solitario se arme de fe y paciencia cuando acomete una obra original y arriesgada, con ribetes colosales. Sin embargo y sin ser imprescindible, las grandes obras exigen formar equipo para sobrellevarlas y parirlas mejor. Así, es raro que veamos grandes libracos firmados por una única persona y, aun así, podemos estar seguros de que ha tenido que contarse con algunas colaboraciones para poder llevarse a cabo. Es ya un clásico el binomio estudioso más fotógrafo, y viceversa, en los libros de graffiti o arte urbano.

Esta cooperación es muy patente en la recopilación de imágenes. En este punto, conviene enmendar ese apelativo de «fácil» que le he dado antes a los libros de fotos, pues de un tiempo a esta parte se ha convertido en un calvario hacer misceláneas de fotos a causa de la gestión de los derechos de autor. En ocasiones, por quitarte un quebradero de cabeza, se prescinde de ilustrar los libros de texto con imágenes, pues algunas autorizaciones exigen pago y eso incrementa los costes en ediciones humildes de una manera inasumible. Esto está generando una segregación cualitativa entre autores sin y autores con recursos o amparo de las grandes editoriales o instituciones.

En fin, que hacer un libro bien combinado contrae complicaciones operativas: encontrar la imagen idónea que acompañe el texto, catalogarla correctamente, saber todo lo que expresa para señalarlo, que se ceda o sea accesible, que su inclusión no suponga un sobrecoste inasumible, etc. En lo que atañe al texto, es necesario establecer un equilibrio entre el enfoque y el lector potencial, entre lo coloquial y lo académico, lo particular y lo general, lo complementario o lo redundante en relación con las imágenes, etc.

En esto he de decir que, a veces, se solicitan cooperación con un vago o nulo criterio, que en ocasiones refleja la visión de las imágenes o, igualmente, de los textos como un relleno o un chapado, que se puede valorar en centímetros cuadrados y recortar o ampliar según criterios compositivos. Como si se jugase a aprovechar el prestigio de tal o cual elemento o de los autores de las imágenes o los textos sin atender a su función cognitiva, sino para bordar, más bien, el atractivo de un producto que es más de consumo que de divulgación.


Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (1): Con editorial o sin editorial.

Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (2): Solo o acompañado.

Gajes y oficio de la publicación de libros de graffiti (3): Con dinero o sin dinero.



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